" La presentación del hombre como «imagen y semejanza de Dios», así como aparece inmediatamente al comienzo de la Sagrada Escritura, reviste también otro significado. Este hecho constituye la clave para comprender la Revelación bíblica como manifestación de Dios sobre sí mismo. Hablando de sí, ya sea «por medio de los profetas, ya sea por medio del Hijo» hecho hombre (cf. Heb 1, 1-2), Dios habla un lenguaje humano, usa conceptos e imágenes humanas. Si este modo de expresarse está caracterizado por un cierto antropomorfismo, su razón está en el hecho de que el hombre es «semejante» a Dios, esto es, creado a su imagen y semejanza. Consiguientemente, también Dios es, en cierta medida, «semejante» al hombre y, precisamente basándose en esta similitud, puede llegar a ser conocido por los hombres. Al mismo tiempo, el lenguaje de la Biblia es suficientemente preciso para mostrar los límites de la «semejanza», los límites de la «analogía». En efecto, la revelación bíblica afirma que si bien es verdadera la «semejanza» del hombre con Dios, es aún más esencialmente verdadera la «no-semejanza»[Cf. Núm 23, 19; Os 11, 9; Is 40, 18; 46, 5; además Concilio de Letrán IV (DS 806).], que distingue toda la creación del Creador. En definitiva, para el hombre creado a semejanza de Dios, el mismo Dios es aquél «que habita en una luz inaccesible» (1 Tim 6, 16): Él es el «Diverso» por esencia, el «totalmente Otro». " (Carta Apóstolica Mulieris Dignitatem Sn Juan Pablo II, 15.VIII.1988 No.8)
Reflexión con perspectiva josefina:
¿Dónde encontrarte, señejanza divina, mejor que en el silencio fecundo de tu Amor? ¿ seremos capaces de acallar todo el ruido y entrar en tu dulcísima presencia? ¡solo con tu Gracia lograremos el silencio para guardar de corazón tu Palabra !
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